Europa vuelve a asomarse al abismo de la crisis. Sin apenas tiempo para recuperarse de la primera caída, el Viejo Continente se sumerge ya en una nueva recesión. La economía de la zona euro se contrajo un 0,3% en el último trimestre de 2011, según los datos recientemente publicados por Eurostat. Italia se dejó un 0,7%. España, un 0,3%. Incluso la locomotora germana cedió un 0,2%. Llegados a este punto, han cobrado fuerza las voces que venían alertando que recetar austeridad en exceso equivale a cruzar la raya que separa los medicamentos de los venenos. Esta semana, 12 países de la eurozona, encabezados por España e Italia, han remitido una carta a Bruselas reclamando flexibilidad en los recortes exigidos e incentivos al crecimiento. La Unión Europea, que oficialmente mantiene su política de tolerancia cero con un déficit excesivo, ha abierto la puerta, sin embargo, a suavizar los plazos de cumplimiento. El presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi, cuya institución mantiene a flote la balsa europea a base de inyectar liquidez a su banca, se apresuró a advertir, sin embargo, que "dar marcha atrás en las metas fiscales provocaría una reacción inmediata en el mercado. Los diferenciales soberanos y el coste del crédito subirían". El dilema, pues, es si a España le conviene ajustarse el cinturón con más delicadeza para no ahogar, o si hacerlo le arrebataría la confianza de los inversores.